El informe presentado por Nikita Jrushov al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956), reconociendo los crímenes de Stalin, dejó maltrecho, de manera definitiva, el aura del socialismo real. Los partidos prosoviéticos, al igual que los intelectuales que habían profesado una veneración mística por Stalin (como Pablo Neruda, para quien "Stalin es el mediodía, la madurez del hombre y de los pueblos"), no tuvieron más remedio que aceptar, con la sumisión intelectual que los caracterizaba, el veredicto pronunciado por la autoridad suprema de su propio campo: Moscú.
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